sábado, 13 de julio de 2019

MATRONA SINÚ-ENA DÍAZ






A LA VIEJA ENA

Cuando pienso en mi madre, la vieja Ena, como de cariño le llamo, pienso en la mujer noble y valiente, ingenua, apasionada y sincera, que me mostró de niño el verdadero cariño y las ventajas del asombro. Matrona sabanera, de vigor Caribe y belleza latina, ha sido viva imagen de las Úrsulas que con su propia soledad transitan, con mariposas amarillas y la enfermedad del olvido, por las calles polvorientas del fosilizado Santa Fe, de Montería. ¿Qué cosas fueras, si te hubieran permitido ser?

Setenta y cinco años han pasado, desde que la abuela india te parió, y tu sangre mestiza y tu sapiencia campesina, prosigue inquietando las mentes de estas generaciones, para conseguir mediante tus frutos, hurgar los objetivos de la vida, que no son más que buscar la felicidad y desocultar el misterioso universo. Si un legado se le debe a tus años mi vieja, es enseñar que resignarse no basta y que el mundo es de los que se atreven; que no se puede vivir por el mundo con miedo a los propios fantasmas y consumiendo hipocresías. Tú promocionas, con el ejemplo, la utopía de un mundo que globaliza la solidaridad y la decencia, un mundo más allá del alcance de tu propia mirada, y que no contempla el trabajo esclavo y la desobligante corrupción.

Para trazar el caudaloso río de tu existencia, decidiste no guiarte por primeras impresiones, demostrando que es actitud de inteligentes procurar la esencia de las cosas, superar lo aparente, diferenciar lo mediático. Tus rectos esfuerzos para ver a los tuyos mirar erguidos el pasado, el presente y el futuro, han dejado como fruto, profesionales del corazón e intelectuales de la vida. Qué más puede salir de un malcomido monteriano, que, con el Sinú al horizonte, no se permite sucumbir en la trampa de la resignación y la imbecilidad colectiva.

Ena Sofía Díaz Bravo, encarnas setenta y cinco años como Nobel en repartir amor y vivenciar certeros métodos de enseñanza, como Magister en medicina para el cuerpo y para el alma, como Doctora en emocionante disidencia y como Especialista en búsqueda de conocimientos para motivar la creatividad espontánea de los jóvenes.

Hijos y nietos agradecemos, a todos aquellos que nos acompañan en estos momentos de júbilo, a quienes te han cuidado en esas madrugadas de caminatas, en los viajes por el ciberespacio y en las andanzas por la vida. Hoy que el tiempo ha pasado y el cuerpo se te torna débil, te regocijas con el desbordado amor de todos aquellos en quienes sembraste, ya que tu espíritu emprendedor y tu silvestre sapiencia, es la recompensa para quienes hemos tenido la fortuna de tener a nuestro alrededor este nutritivo útero subversivo.


ESNARES MAUSSA DIAZ

Barranquilla, marzo de 2019



  


LA SEÑORA ENA: LA MUJER QUE ME PARIÓ

De visita a mi madre y la casa donde me crió en Montería, en medio de emociones y añoranzas por esta ciudad sabanera que conserva un épico concepto pueblerino. Enclavada a lado y lado de la fértil rivera del Sinú, la ciudad entera y este barrio Santa fe de mis andanzas, sufren una novedosa transformación de su agenda urbana, evidenciada en las modernas edificaciones construidas, al lado de casas grandes de materiales viejos.

Con sus cuatro años, Sofía miró fijamente la foto a blanco y negro en la pared; en ella, una hermosa joven caminaba desprevenida por las calles céntricas de la antigua Montería, un vestido de flores grandes, con cuello alto de encajes bordados y falda de pliegues hasta debajo de la rodilla, alpargatas desgastadas y cartera de tela en la mano derecha. ¿Papi, esa es mi abuelita?, preguntó la pequeña, al tiempo que se hacía en las piernas de la anciana, sentada en el amplio sillón. -Era muy bonita, continuó la niña, y ante el sí contundente del padre, continuó. Y… ¿todos nos ponemos así viejitos y con arrugas?, dijo impoluta, mientras acariciaba el rostro de la sonriente abuela. ¿Seguro voy a tener arrugas como tú abuelita?, preguntó.

Como las niñas de ahora, a Sofía la arropa una vivacidad expresa, conversa con lenguaje fluido y una motricidad despampanante, con la energía de una docena de cachorros y muy pocos temores, por lo que a la abuela le sobraron las sonrisas. Se veía cincuenta años de menos, cuando pariera a cada uno de sus hijos. Y fueron varios los que criara, recordarlo por estos tiempos de comunicación electrónica, es una proeza sin registros. Como cambiaron los tiempos, las condiciones y esta llamada modernidad, cuantas vivencias en el trascurso de esta mística existencia.

La anciana tomó la mano de la niña y con voz pausada dijo: “ven, te contaré algunas de mis historias de abuela, de madre y de mujer, algunas de las historias que me he vivido, de las profesiones que me ha tocado ejercer en el transcurrir de mis andanzas. Esa foto es de los tiempos del pollerín, me recuerda momentos de felicidad y de padecimientos. Te confieso que he vivido, en esta difícil habilidad de disfrutar una vida plena, nunca he aceptado la existencia sin fines, o de infames apariencias, muchas veces me he sentido aprisionada por mis propios fantasmas o los fantasmas de la época, con ello me ha tocado batallar.

Una universidad para mis hijos, eso pretendí siempre; mientras muchas madres y padres del barrio, esperaban que sus hijos crecieran para que se fueran, yo esperaba que mis hijos estudiaran, para que fuesen distintos; o por lo menos para que les fuera mejor que a mí, y transcurrieran tranquilos por la universidad de la vida. Más por obscurantismo, me parí seis, a los que repartí equitativamente mi amor de madre. Es que tomar con retraso la pastilla, por no tener con que comprarla, en tiempos en que confrontar al marido, para tomar anticonceptivos, era combatir ignorancias propias y ajenas; pero, hacerlo en un mar de prejuicios, era toda una osadía.

Me levantaba temprano cada día, a lavar calzoncillos, camisas y uniformes, criaba cerdos en el patio y pagaba puntual la matricula, también asistía propositiva a las reuniones escolares, estaba atenta a que hicieran las tareas antes que el juego y a que comieran nutritivo, aunque poquito. La educación era la salida prevista a la mala maldad que nos rodeaba. Por la primaria y el bachillerato avanzaron, aunque yo no les pudiera ayudar, pues de las lecciones muy poco entendía. Me decía la simple intuición y la apropiación de la experiencia ajena, que haciéndose profesionales lograrían algún progreso, pisando las aulas universitarias, a pesar de los sacrificios, las cosechas del final, podrían cambiar sus condiciones y la de sus proles.

La seño Ena me dijeron durante mucho tiempo, fui maestra de algunos niños, y otros menos pequeños. Eso me envanecía mucho, no todos comprenden la importancia del oficio de maestro. Aunque terminé ya adulta la primaria, ejercí un liderazgo intelectual en la familia, en la cuadra y en el barrio. Gestionando la educación de muchos, encargada de la formación de docenas de niños, para hacer comprender que no se trata solamente de conocimientos, sino de proyectos de vida, más allá de la repartición de almuerzos y meriendas. No por azar cuando crecieron mis hijos se vincularon a una biblioteca. Aprender para enseñar y enseñar aprendiendo, me llevó a la conclusión que ningún niño hace preguntas estúpidas, y que es muy importante un niño preguntón. Y he aquí de nuevo la educación, no solo para recibirla, sino para repartirla, para democratizarla y que todos tengan la posibilidad de asistir a las aulas y salirse de las jaulas invisibles donde solemos adaptarnos.

Fui fritadora, hijita; en cada curva de mi historia, sobresalen las ganas de vivir, de actuar con dignidad. Tenía que hacer rendir los pesos, que mi viejo se ganaba con esmero. Por las noches, cuando la luna juega con las estrellas, mis hijos y yo nos sentábamos en la larga mesa del comedor, para hacer las tareas escolares; y luego a hacer los bolis, los helados, o la masa para los fritos mañaneros. Cuando el sol despuntaba en el horizonte y sobre las aguas del Sinú se reflejaban los primeros rayos, nos levantábamos para fritar arepas, caribañolas, buñuelos de maíz o de frijoles, empanadas y otras viandas de la silvestre culinaria sabanera.

Se trataba de mirar a la cara las dificultades y desavenencias, de no dejarse vencer por la miseria. La pobreza también está en la mente, la convivencia en sociedad nos muestra oportunidades, pero también puede encerrarnos en estúpidas creencias. Todos tenemos derechos a vivir felices en la tierra, la riqueza no es sólo de bienes materiales, también hay que enriquecer al alma. De los años de los fritos, aprendí que el mundo es de los que se atreven, y que nadie debe perder su palabra, es imprescindible aprender siempre de nuestras vivencias.

Por mucho tiempo fui enfermera, pretendiendo curar a todos de sus dolencias. Desde recién iniciado el barrio, con las doñas de la Acción Social, hice el curso de enfermera. Juntando unos pesos, compre el primer inyector de vidrio, un estuche de porcelana y un juego de afiladas agujas inoxidables, también una pequeña olla de peltre, que se envejeció con mis hijos, utilizada para hervir el equipo de inyectología, que me hiciera popular en estas calles barrosas o polvorientas.

Con los pesos recibidos, tras perseguir virus y bacterias, mejoraba la comida y cubría algunos imprevistos. A cualquier hora del día o de la noche, llegaban a mi casa, los necesitados de una cura o inyección; y yo, solícita, salía a cualquier lugar del barrio, aun en medio del barro o de la lluvia. Esto es una actuación normalizada, cuando desde la formación te insinúan, que es necesario que la mano llegue antes que la oferta, los actos hablan por uno, eso me enseñaron en casa.

Con siete cachorros a cuesta, hacer de modista era una profesión necesaria. Comprar la tela y fabricar blusas y vestidos era un ahorro requerido. El curso lo organizaron el SENA y las Damas Grises de la Acción Social; unas señoras de clase rica, que buscaban calmar sus temores espirituales e impulsar su fe, en los lodazales y la pobreza del reciente barrio Santa fe. Con la venta de fritos y helados, pude hacerme a una vieja Singer de pedal. Con el curso de modistería, perfeccioné la técnica, pude ganar algunas comidas y muchos pasajes de buses para los estudios de mis hijos.

Reglas, moldes y metros, fueron en mi hogar algo permanente. Los retazos utilizados para hacer colchas que reconfortaron las noches frías y embellecieron de colores las vetustas camas. Cuando he leído el llamativo nombre “clínica para ropa” como ahora llaman a los talleres de modistería, pienso en mi trabajo de cirujana. Todas las amistades ganadas a través de los remiendos de pantalones y camisas, fueron una inconcusa vía para resguardar los míos del encanto del tabaco y los embates de la miseria y no permitirles sucumbir a las trampas de la resignación y la imbecilidad colectiva; así observaren la lógica de las vacas, comer hacia abajo mientras la hierba crece hacia arriba.

Algunos me achacan la profesión de recuperadora de nombres, refiriéndose al enojo desde mi corazón, por los apodos a niños y adultos. En los contextos de las clases pobres, es muy común que niños y jóvenes pierdan sus nombres, las circunstancias menos esperadas sirven para colocarle, de por vida un apodo, alias, mote, remoquete, sobrenombre o seudónimo; como se les llama. Luego de un tiempo, la persona pierde y olvida su verdadero nombre, sólo queda el apodo. El nombre es un signo distintivo de cada persona, permite la identificación e individualización, incluso ligado a la personalidad y a la sexualidad de los sujetos. Desde mi familia, nunca consentimos, ni nos acostumbramos a usar sobrenombres, me causaba mucha rabia, cuando escuchaba a alguien llamar a otro por un remoquete, y más rabia que una persona respondiera a un apodo y no a su propio nombre.
Así que cuando me relacionaba con alguien que estaba acostumbrado a ser llamado por un apodo, me proponía que recuperara su nombre. Más tarde, cuando la constitución nacional, incorporara que toda persona tiene derecho a un nombre, y aun buen nombre, comprendí la importancia de ser recuperadora de nombres.

Cuando los hijos crecieron y responsablemente tomaron sus propias decisiones, sentí mi trabajo realizado. La vida está hecha de altibajos y esas pequeñas cosas que construyen las esperanzas”.
A Sofía, que empezaba a ver el baile como actividad vital y la palabra como forma de entenderse, la conmovió la voz entrecortada y las solemnes lágrimas de la abuela. Comprendió algunas de las cosas dichas, para otras necesitaba tiempo. Había escuchado a su padre hablar de su abuela ecologista, de sus saludables caminatas matutinas por la Ronda del Sinú, donde suele dar alimentos a las especies de ese pulmón ambiental que identifica la ciudad, símbolo de este terruño incrustado en la dermis de sus parientes. Podría identificar sus raíces, para adquirir identidad; comprender la cultura propia, para entender las de afuera, algo lógico en esta globalización reinante. La niña, bajó afanada del sillón y empezó a reconocer los rincones de la vieja casa donde me crié.


Barranquilla, marzo de 2018







 A  MAMÁ

Sabes bien que te quiero
aunque un día me aleje de ti

Te mereces todo madre
por ti y tu pensamiento

Me enseñaste
que debía compartir mis cosas
y que el mundo es para atreverse

Los años no pasan en balde
hace poco era solamente un niño
ahora te veo poco
sé bien que tus canas pesan

Se acabaron los bríos de muchacho
y acariciando tu cabellera mi vieja
viene a mí el cálido recuerdo
que hasta hace poco
peleaba con mis hermanos
 por tus piernas

Los años nos pasan y nos pesan
y si uno se descuida
los años lo despescuezan
Ya tengo canas mi vieja

Bogotá, mayo de 1989








MATRONA SINÚ

Te recuerdas mi vieja
Las costuras con trasnochos
en la oxidada máquina de pedal
y los gritos de ventas callejeras

Las mil penas soportadas
para resguardar los tuyos
del encanto del tabaco
y los embates de la miseria

Allí se construyeron los moldes
que me sirvieron de brújula
para una rebeldía encausada

Hoy que el tiempo nos ha pasado entre
desgarramientos y sueños
Mantenemos los sacos de esperanzas
y la melancolía por la magia
de las tardes del Sinú

Quiero hablarte
de urbes visitadas
y del frío ambiente de los páramos
que obliga a un Caribe
a abrigarse hasta la sombra
De mis ganas de historia
de ideas y estudios emprendidos
para acorralar
miserias propias y ajenas

De un derruido muelle marino
que ha motivado romances y poemas

De un perenne recuerdo
del sombrero alado del abuelo
ejemplo eterno
del campesino sabanero

De la libertad del río
con sus delgadas corrientes decembrinas

Quisiera que
en los ratos que nos quedan
podamos mirar juntos
sonrisas de la nueva estirpe
navegando por caminos más seguros
que hemos construido a su futuro


Barranquilla, diciembre de 1991





ÚTERO SUBVERSIVO

Venido a los destinos de este mundo
desde tu útero subversivo
y las memorias de tu piel
Agradezco al universo infinito
y a los dioses que ya murieron
por tu existencia gastada
y las escenas juntos en el telón de la vida

Ahora que el tiempo minó tu voz
y me atemoriza tu ausencia
Me refugio en tus madrugadas verdes
tus caminatas saludables
y en las viandas de la tierra
Para descifrar tu legado de amor
en las tareas hogareñas
y en la constancia de tu sonrisa feliz

Jubilada de las profesiones practicadas
dificultada al ejercicio
y procurando una bella ancianidad
te ves inmensa sin miedos
No has de morir si vivo estoy
prolongando tu palabra sabia
tu consejo argumentado
y tu altiva bella humildad  


Barranquilla, marzo de 2018




LAS PROFESIONES DE MI MADRE

La señora Ena es la mujer que me parió
una linda campesinita de los tiempos del pollerín
y diversas profesiones en el transcurrir de sus andanzas

Reina de la casa donde me crió en Montería
esta tierra sabanera de épico concepto pueblerino
enclavada a lado y lado de la fértil rivera del Sinú
la ciudad entera y el barrio Santa fe de mis andanzas
viven una transformación de su agenda urbana

La seño Ena le dijeron durante mucho tiempo
fue maestra de niños grandes y pequeños
ejerció un liderazgo intelectual en el barrio
para ayudar a construir proyectos de vida
más allá de la repartición de almuerzos y meriendas

La simple intuición
y la apropiación de la experiencia ajena
le dijeron que la educación era el camino previsto
para que sus hijos transcurrieran más tranquilos
haciendo quiebres a la mala maldad que los rodeaba
Como profesionales lograrían algún progreso
y podrían cambiar las condiciones de sus proles

Fue fritadora
para hacer rendir los pesos
que su viejo ganaba con esmero
Por las noches cuando la luna juega con las estrellas
sentados en la larga mesa del comedor
la familia hacía la masa para los fritos mañaneros
Cuando el sol despuntaba en el horizonte
y sobre las aguas del Sinú
se reflejaban los primeros rayos
se fritaban los buñuelos de maíz tierno
empanadas y otras viandas de la culinaria cordobesa

Por mucho tiempo fue enfermera
persiguiendo virus y bacterias
Juntando unos pesos compró el primer inyector
un estuche de porcelana
y un juego de agujas inoxidables
También una pequeña olla de peltre
que se envejeció con ella
donde hervía el equipo de inyectología
que la hiciera popular en estas calles polvorientas

Hacer de modista era una profesión necesaria
Ante el número de críos
fabricar camisas y vestidos era un gran ahorro
Pudo hacerse a una Singer de pedal
y ganar cada pasaje en el Cacharrito
el bus que nos llevaba a la escuela
con vestidos remendados e impecable pulcritud

Fue recuperadora de nombres
refiriéndose al enojo desde su corazón
por los apodos que colocan a los niños
Por alias o remoquetes
la persona hasta olvida su nombre verdadero
Al relacionarse con alguien en esa condición
se proponía que recuperara el nombre

Cuando los hijos crecimos
y tomamos las propias decisiones
la señora Ena sintió su trabajo realizado
La vida está hecha de altibajos
de pequeñas cosas que construyen esperanzas


Barranquilla, marzo de 2018



MATRONA SINÚ