A LA VIEJA ENA
Cuando pienso en mi madre, la vieja
Ena, como de cariño le llamo,
pienso en la mujer noble y valiente, ingenua, apasionada y sincera, que me
mostró de niño el verdadero cariño y las ventajas del asombro. Matrona
sabanera, de vigor Caribe y belleza latina, ha sido viva imagen de las Úrsulas
que con su propia soledad transitan, con mariposas amarillas y la enfermedad
del olvido, por las calles polvorientas del fosilizado Santa Fe, de Montería.
¿Qué cosas fueras, si te hubieran permitido ser?
Setenta y cinco años han pasado,
desde que la abuela india te parió, y tu sangre mestiza y tu sapiencia
campesina, prosigue inquietando las mentes de estas generaciones, para conseguir mediante tus frutos,
hurgar los objetivos de la vida, que no son más que buscar la felicidad y
desocultar el misterioso universo. Si un legado se le debe a tus años mi
vieja, es enseñar que resignarse no basta y que el mundo es de los que se
atreven; que no
se puede vivir por el mundo con miedo a los propios fantasmas y consumiendo
hipocresías. Tú
promocionas, con el ejemplo, la utopía de un mundo que globaliza la solidaridad y la decencia, un mundo más allá del
alcance de tu propia mirada, y que no contempla el trabajo esclavo y la desobligante
corrupción.
Para trazar el caudaloso
río de tu existencia, decidiste no guiarte por primeras
impresiones, demostrando que es actitud de inteligentes procurar la esencia de
las cosas, superar lo
aparente, diferenciar lo mediático. Tus
rectos esfuerzos para ver a los tuyos mirar erguidos el pasado, el
presente y el futuro, han dejado como fruto, profesionales del corazón e
intelectuales de la vida. Qué más puede salir
de un malcomido monteriano, que, con el Sinú al horizonte, no se permite sucumbir en la trampa de la
resignación y la imbecilidad
colectiva.
Ena Sofía Díaz Bravo, encarnas setenta y cinco años como Nobel en repartir amor y vivenciar certeros métodos de
enseñanza, como Magister en medicina para el cuerpo y para
el alma, como Doctora en emocionante disidencia y como Especialista en búsqueda
de conocimientos para motivar la creatividad
espontánea de los jóvenes.
Hijos y
nietos agradecemos, a todos aquellos que nos acompañan en estos momentos de
júbilo, a quienes te han cuidado en esas madrugadas de caminatas, en los viajes
por el ciberespacio y en las andanzas por la vida. Hoy que el tiempo ha pasado
y el cuerpo se te torna débil, te regocijas con el desbordado amor de todos
aquellos en quienes sembraste, ya que tu espíritu emprendedor y tu silvestre
sapiencia, es la recompensa para quienes hemos tenido la fortuna de tener a
nuestro alrededor este nutritivo útero subversivo.
ESNARES MAUSSA DIAZ
Barranquilla, marzo de 2019
LA SEÑORA ENA: LA MUJER QUE ME PARIÓ
De visita a mi madre y la casa donde
me crió en Montería, en medio de emociones y añoranzas por esta ciudad sabanera
que conserva un épico concepto pueblerino. Enclavada a lado y lado de la fértil
rivera del Sinú, la ciudad entera y este barrio Santa fe de mis andanzas,
sufren una novedosa transformación de su agenda urbana, evidenciada en las
modernas edificaciones construidas, al lado de casas grandes de materiales
viejos.
Con sus cuatro años, Sofía miró
fijamente la foto a blanco y negro en la pared; en ella, una hermosa joven
caminaba desprevenida por las calles céntricas de la antigua Montería, un
vestido de flores grandes, con cuello alto de encajes bordados y falda de
pliegues hasta debajo de la rodilla, alpargatas desgastadas y cartera de tela
en la mano derecha. ¿Papi, esa es mi abuelita?, preguntó la pequeña, al tiempo
que se hacía en las piernas de la anciana, sentada en el amplio sillón. -Era
muy bonita, continuó la niña, y ante el sí contundente del padre, continuó. Y…
¿todos nos ponemos así viejitos y con arrugas?, dijo impoluta, mientras
acariciaba el rostro de la sonriente abuela. ¿Seguro voy a tener arrugas como
tú abuelita?, preguntó.
Como las niñas de ahora, a Sofía la
arropa una vivacidad expresa, conversa con lenguaje fluido y una motricidad
despampanante, con la energía de una docena de cachorros y muy pocos temores,
por lo que a la abuela le sobraron las sonrisas. Se veía cincuenta años de
menos, cuando pariera a cada uno de sus hijos. Y fueron varios los que criara,
recordarlo por estos tiempos de comunicación electrónica, es una proeza sin
registros. Como cambiaron los tiempos, las condiciones y esta llamada
modernidad, cuantas vivencias en el trascurso de esta mística existencia.
La anciana tomó la mano de la niña y
con voz pausada dijo: “ven, te contaré algunas de mis historias de abuela, de
madre y de mujer, algunas de las historias que me he vivido, de las profesiones
que me ha tocado ejercer en el transcurrir de mis andanzas. Esa foto es de los
tiempos del pollerín, me recuerda momentos de felicidad y de padecimientos. Te
confieso que he vivido, en esta difícil habilidad de disfrutar una vida plena,
nunca he aceptado la existencia sin fines, o de infames apariencias, muchas
veces me he sentido aprisionada por mis propios fantasmas o los fantasmas de la
época, con ello me ha tocado batallar.
Una universidad para mis hijos, eso
pretendí siempre; mientras muchas madres y padres del barrio, esperaban que sus
hijos crecieran para que se fueran, yo esperaba que mis hijos estudiaran, para
que fuesen distintos; o por lo menos para que les fuera mejor que a mí, y
transcurrieran tranquilos por la universidad de la vida. Más por obscurantismo,
me parí seis, a los que repartí equitativamente mi amor de madre. Es que tomar
con retraso la pastilla, por no tener con que comprarla, en tiempos en que
confrontar al marido, para tomar anticonceptivos, era combatir ignorancias
propias y ajenas; pero, hacerlo en un mar de prejuicios, era toda una osadía.
Me levantaba temprano cada día, a
lavar calzoncillos, camisas y uniformes, criaba cerdos en el patio y pagaba
puntual la matricula, también asistía propositiva a las reuniones escolares,
estaba atenta a que hicieran las tareas antes que el juego y a que comieran
nutritivo, aunque poquito. La educación era la salida prevista a la mala maldad
que nos rodeaba. Por la primaria y el bachillerato avanzaron, aunque yo no les
pudiera ayudar, pues de las lecciones muy poco entendía. Me decía la simple
intuición y la apropiación de la experiencia ajena, que haciéndose
profesionales lograrían algún progreso, pisando las aulas universitarias, a
pesar de los sacrificios, las cosechas del final, podrían cambiar sus
condiciones y la de sus proles.
La seño Ena me dijeron durante mucho
tiempo, fui maestra de algunos niños, y otros menos pequeños. Eso me envanecía
mucho, no todos comprenden la importancia del oficio de maestro. Aunque terminé
ya adulta la primaria, ejercí un liderazgo intelectual en la familia, en la
cuadra y en el barrio. Gestionando la educación de muchos, encargada de la
formación de docenas de niños, para hacer comprender que no se trata solamente
de conocimientos, sino de proyectos de vida, más allá de la repartición de
almuerzos y meriendas. No por azar cuando crecieron mis hijos se vincularon a
una biblioteca. Aprender para enseñar y enseñar aprendiendo, me llevó a la
conclusión que ningún niño hace preguntas estúpidas, y que es muy importante un
niño preguntón. Y he aquí de nuevo la educación, no solo para recibirla, sino
para repartirla, para democratizarla y que todos tengan la posibilidad de asistir
a las aulas y salirse de las jaulas invisibles donde solemos adaptarnos.
Fui fritadora, hijita; en cada curva
de mi historia, sobresalen las ganas de vivir, de actuar con dignidad. Tenía
que hacer rendir los pesos, que mi viejo se ganaba con esmero. Por las noches,
cuando la luna juega con las estrellas, mis hijos y yo nos sentábamos en la
larga mesa del comedor, para hacer las tareas escolares; y luego a hacer los
bolis, los helados, o la masa para los fritos mañaneros. Cuando el sol
despuntaba en el horizonte y sobre las aguas del Sinú se reflejaban los
primeros rayos, nos levantábamos para fritar arepas, caribañolas, buñuelos de
maíz o de frijoles, empanadas y otras viandas de la silvestre culinaria
sabanera.
Se trataba de mirar a la cara las
dificultades y desavenencias, de no dejarse vencer por la miseria. La pobreza
también está en la mente, la convivencia en sociedad nos muestra oportunidades,
pero también puede encerrarnos en estúpidas creencias. Todos tenemos derechos a
vivir felices en la tierra, la riqueza no es sólo de bienes materiales, también
hay que enriquecer al alma. De los años de los fritos, aprendí que el mundo es
de los que se atreven, y que nadie debe perder su palabra, es imprescindible aprender
siempre de nuestras vivencias.
Por mucho tiempo fui enfermera,
pretendiendo curar a todos de sus dolencias. Desde recién iniciado el barrio,
con las doñas de la Acción Social, hice el curso de enfermera. Juntando unos
pesos, compre el primer inyector de vidrio, un estuche de porcelana y un juego
de afiladas agujas inoxidables, también una pequeña olla de peltre, que se
envejeció con mis hijos, utilizada para hervir el equipo de inyectología, que
me hiciera popular en estas calles barrosas o polvorientas.
Con los pesos recibidos, tras
perseguir virus y bacterias, mejoraba la comida y cubría algunos imprevistos. A
cualquier hora del día o de la noche, llegaban a mi casa, los necesitados de
una cura o inyección; y yo, solícita, salía a cualquier lugar del barrio, aun
en medio del barro o de la lluvia. Esto es una actuación normalizada, cuando
desde la formación te insinúan, que es necesario que la mano llegue antes que
la oferta, los actos hablan por uno, eso me enseñaron en casa.
Con siete cachorros a cuesta, hacer
de modista era una profesión necesaria. Comprar la tela y fabricar blusas y
vestidos era un ahorro requerido. El curso lo organizaron el SENA y las Damas
Grises de la Acción Social; unas señoras de clase rica, que buscaban calmar sus
temores espirituales e impulsar su fe, en los lodazales y la pobreza del
reciente barrio Santa fe. Con la venta de fritos y helados, pude hacerme a una
vieja Singer de pedal. Con el curso de modistería, perfeccioné la técnica, pude
ganar algunas comidas y muchos pasajes de buses para los estudios de mis hijos.
Reglas, moldes y metros, fueron en mi
hogar algo permanente. Los retazos utilizados para hacer colchas que
reconfortaron las noches frías y embellecieron de colores las vetustas camas.
Cuando he leído el llamativo nombre “clínica para ropa” como ahora llaman a los
talleres de modistería, pienso en mi trabajo de cirujana. Todas las amistades
ganadas a través de los remiendos de pantalones y camisas, fueron una inconcusa
vía para resguardar los míos del encanto del
tabaco y los embates de la miseria y no permitirles sucumbir a las trampas de la resignación y la imbecilidad
colectiva; así observaren la lógica de las vacas, comer hacia
abajo mientras la hierba crece hacia arriba.
Algunos me achacan la profesión de
recuperadora de nombres, refiriéndose al enojo desde mi corazón, por los apodos
a niños y adultos. En los contextos de las clases pobres, es muy común que
niños y jóvenes pierdan sus nombres, las circunstancias menos esperadas sirven
para colocarle, de por vida un apodo, alias, mote, remoquete, sobrenombre o
seudónimo; como se les llama. Luego de un tiempo, la persona pierde y olvida su
verdadero nombre, sólo queda el apodo. El nombre es un signo distintivo de cada
persona, permite la identificación e individualización, incluso ligado a la
personalidad y a la sexualidad de los sujetos. Desde mi familia, nunca consentimos, ni nos acostumbramos a usar sobrenombres,
me causaba mucha rabia, cuando escuchaba a alguien llamar a otro por un
remoquete, y más rabia que una persona respondiera a un apodo y no a su propio
nombre.
Así que cuando me relacionaba con
alguien que estaba acostumbrado a ser llamado por un apodo, me proponía que
recuperara su nombre. Más tarde, cuando la constitución nacional, incorporara
que toda persona tiene derecho a un nombre, y aun buen nombre, comprendí la
importancia de ser recuperadora de nombres.
Cuando los hijos crecieron y
responsablemente tomaron sus propias decisiones, sentí mi trabajo realizado. La
vida está hecha de altibajos y esas pequeñas cosas que construyen las esperanzas”.
A Sofía, que empezaba a ver el baile
como actividad vital y la palabra como forma de entenderse, la conmovió la voz
entrecortada y las solemnes lágrimas de la abuela. Comprendió algunas de las
cosas dichas, para otras necesitaba tiempo. Había escuchado a su padre hablar
de su abuela ecologista, de sus saludables caminatas matutinas por la Ronda del
Sinú, donde suele dar alimentos a las especies de ese pulmón ambiental que
identifica la ciudad, símbolo de este terruño incrustado en la dermis de sus parientes.
Podría identificar sus raíces, para adquirir identidad; comprender la cultura
propia, para entender las de afuera, algo lógico en esta globalización
reinante. La niña, bajó afanada del sillón y empezó a reconocer los rincones de
la vieja casa donde me crié.
Barranquilla,
marzo de 2018
A MAMÁ
Sabes
bien que te quiero
aunque
un día me aleje de ti
Te
mereces todo madre
por
ti y tu pensamiento
Me
enseñaste
que
debía compartir mis cosas
y
que el mundo es para atreverse
Los
años no pasan en balde
hace
poco era solamente un niño
ahora
te veo poco
sé
bien que tus canas pesan
Se
acabaron los bríos de muchacho
y
acariciando tu cabellera mi vieja
viene
a mí el cálido recuerdo
que
hasta hace poco
peleaba
con mis hermanos
por tus piernas
Los
años nos pasan y nos pesan
y
si uno se descuida
los
años lo despescuezan
|
Ya tengo canas mi vieja
Bogotá,
mayo de 1989
MATRONA
SINÚ
Te recuerdas mi vieja
Las costuras con trasnochos
en la oxidada máquina de
pedal
y los gritos de ventas
callejeras
Las mil penas soportadas
para resguardar los tuyos
del encanto del tabaco
y los embates de la miseria
Allí se construyeron los
moldes
que me sirvieron de brújula
para una rebeldía encausada
Hoy que el tiempo nos ha
pasado entre
desgarramientos y sueños
Mantenemos los sacos de
esperanzas
y la melancolía por la
magia
de las tardes del Sinú
Quiero hablarte
de urbes visitadas
y del frío ambiente de los
páramos
que obliga a un Caribe
a abrigarse hasta la sombra
De mis ganas de historia
de ideas y estudios
emprendidos
para acorralar
miserias propias y ajenas
De un derruido muelle
marino
que ha motivado romances y
poemas
De un perenne recuerdo
del sombrero alado del
abuelo
ejemplo eterno
del campesino sabanero
De la libertad del río
con sus delgadas corrientes
decembrinas
Quisiera que
en los ratos que nos quedan
podamos mirar juntos
sonrisas de la nueva
estirpe
navegando por caminos más
seguros
que hemos construido a su
futuro
Barranquilla, diciembre de
1991
ÚTERO SUBVERSIVO
Venido a los destinos de este mundo
desde tu útero subversivo
y las memorias de tu piel
Agradezco al universo infinito
y a los dioses que ya murieron
por tu existencia gastada
y las escenas juntos en el telón de la vida
Ahora que el tiempo minó tu voz
y me atemoriza tu ausencia
Me refugio en tus madrugadas verdes
tus caminatas saludables
y en las viandas de la tierra
Para descifrar tu legado de amor
en las tareas hogareñas
y en la constancia de tu sonrisa feliz
Jubilada de las profesiones practicadas
dificultada al ejercicio
y procurando una bella ancianidad
te ves inmensa sin miedos
No has de morir si vivo estoy
prolongando tu palabra sabia
tu consejo argumentado
y
tu altiva bella humildad
Barranquilla, marzo de 2018
LAS PROFESIONES DE MI MADRE
La señora Ena es la mujer que me
parió
una linda campesinita de los tiempos
del pollerín
y diversas profesiones en el
transcurrir de sus andanzas
Reina de la casa donde me crió en
Montería
esta tierra sabanera de épico
concepto pueblerino
enclavada a lado y lado de la fértil
rivera del Sinú
la ciudad entera y el barrio Santa fe
de mis andanzas
viven una transformación de su agenda
urbana
La seño Ena le dijeron durante mucho
tiempo
fue maestra de niños grandes y
pequeños
ejerció un liderazgo intelectual en
el barrio
para ayudar a construir proyectos de
vida
más allá de la repartición de
almuerzos y meriendas
La simple intuición
y la apropiación de la experiencia
ajena
le dijeron que la educación era el
camino previsto
para que sus hijos transcurrieran más
tranquilos
haciendo quiebres a la mala maldad
que los rodeaba
Como profesionales lograrían algún
progreso
y podrían cambiar las condiciones de
sus proles
Fue fritadora
para hacer rendir los pesos
que su viejo ganaba con esmero
Por las noches cuando la luna juega
con las estrellas
sentados en la larga mesa del comedor
la familia hacía la masa para los
fritos mañaneros
Cuando el sol despuntaba en el
horizonte
y sobre las aguas del Sinú
se reflejaban los primeros rayos
se fritaban los buñuelos de maíz
tierno
empanadas y otras viandas de la
culinaria cordobesa
Por mucho tiempo fue enfermera
persiguiendo virus y bacterias
Juntando unos pesos compró el primer
inyector
un estuche de porcelana
y un juego de agujas inoxidables
También una pequeña olla de peltre
que se envejeció con ella
donde hervía el equipo de
inyectología
que la hiciera popular en estas
calles polvorientas
Hacer de modista era una profesión
necesaria
Ante el número de críos
fabricar camisas y vestidos era un
gran ahorro
Pudo hacerse a una Singer de pedal
y ganar cada pasaje en el Cacharrito
el bus que nos llevaba a la escuela
con vestidos remendados e impecable
pulcritud
Fue recuperadora de nombres
refiriéndose al enojo desde su
corazón
por los apodos que colocan a los
niños
Por alias o remoquetes
la persona hasta olvida su nombre
verdadero
Al relacionarse con alguien en esa
condición
se proponía que recuperara el nombre
Cuando los hijos crecimos
y tomamos las propias decisiones
la señora Ena sintió su trabajo
realizado
La vida está hecha de altibajos
de pequeñas cosas que construyen
esperanzas
Barranquilla,
marzo de 2018
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